sábado, 13 de febrero de 2010

La Historia de un Sueño: Invitado Desconocido


Sentí la brillante luz de la mañana golpear mis párpados con gran intensidad; mi consciencia regresaba lentamente a mí. Respiré profundamente y me preparé para abrir los ojos, el sol estaba especialmente cegador el día de hoy. Aún sin abrir los ojos me pregunté que hora sería. Estiré una mano hacia la mesa de noche situada junto a mi cama y tomé torpemente mi celular. Abrí los ojos con sumo cuidado y observé la pantalla titilar frente a mí: eran cuarto para la una de la tarde. Volví a colocar mi celular en su posición original y hundiendo mi cara en la almohada dejé salir un gemido de molestia. Mi madre no estaría contenta.

Tras pensar durante unos segundos alguna excusa para justificar mi exceso de sueño, suspiré y me dispuse a levantarme, porque claro, decir 'me dormí a las diez de la noche y apenas desperté' no era una buena idea; era un hecho. Aún no sabía que fue lo que vino sobre mí cuando decidí acostarme tan temprano, ni tampoco la razón por la que no desperté antes. Tal vez mamá tenía razón: he terminado por averiar el sistema de mi propio cuerpo.

Finalmente me senté al borde de mi cama permitiéndole a mis piernas colgar libremente. Centré mi atención en escuchar algún tipo de indicio que me dijera que mi madre estaba molesta, pero al cabo de algunos minutos, ninguno se presentó. Me pareció raro, pues bien era algo constante el que me levantara tarde - en especial por mi tendencia de acostarme durante la madrugada - y los regaños de mi madre también eran algo que permanecía.

Pero no le di mucha importancia en el momento, pues mi cuerpo tenía otras necesidades. Sin embargo, antes de salir de mi habitación pensé que sería una buena idea tomar un baño; al menos así me desharía de mi somnolencia. Caminé hacia mi clóset y abriendo las puertas, tomé lo primero que encontré y lo coloqué sobre mi cama, para posteriormente con toalla en brazo, dirigirme al baño.

Al abrir la puerta esperaba que por algún favor divino, mi madre no me viera salir; el regaño podía esperar para después. Para mi fortuna, mi madre no se encontraba por ningún lugar y pude pasar libremente por el pasillo y encerrarme en el baño. Como sea, en mi pequeño viaje de escasos cuatro pasos hacia mi destino, alcancé a captar una mirada sobre mi.

En el sillón de la sala se encontraba alguien sentado; un hombre. No tenía idea de quién era ni qué hacía ahí, pero como en mi casa es costumbre que durante los fines de semana solemos tener visitas de amigos o incluso familiares a los cuales desconozco, no me inmutó en los más mínimo.

Me despojé de mi pijama y metiéndome en la bañera, abrí las llaves del agua y dejé que el agua caliente cayera sobre mí. Definitivamente había sido una buena idea; ya no tenía sueño y ahora me sentía relajada, tanto, que me di el lujo de comenzar a cantar una de mis canciones favoritas: Algo Más de La Quinta Estación.

Cuando finalmente me sentí completamente limpia y supuse que ya había pasado suficiente tiempo escondiéndome ahí, cerré el agua y me estiré para tomar mi toalla. No necesite mirarla para que mi mano fuera capaz de alcanzarla, e instántaneamente comencé a secarme. Salí de la bañera y me dispuse a vestirme, cuando noté que había olvidado llevarme mi ropa conmigo. Coloqué mis dedos índice y pulgar sobre el puente de mi nariz, y bajé mi cabeza en signo de derrota. Ahora tenía que salir ahí, únicamente envuelta en una toalla que díficilmente me cubría lo suficiente, lo cual, no me resultaba agradable en lo más mínimo.

Tomé mi ropa sucia, y armándome de valor, abrí un poco la puerta para mirar hacia afuera. Giré la cabeza hacia la derecha y la izquierda, y usé el espejo del pasillo para ampliar mi rango de visión. Tampoco había nadie en la cocina. Perfecto, pensé para mis adentros y abrí la puerta completamente. Di unos pasos hacia el frente y después giré hacia la derecha para dirigirme a mi habitación. Pero nunca nada es tan sencillo, así que por supuesto, me encontré con mi invitado desconocido.

Familia o no, el que me viera prácticamente sin ropa - pues una mísera toalla no puede ser considerada tal - me avergonzó lo suficiente como para sonrojarme y prácticamente deslizarme a mi habitación en tiempo récord. Al cerrar la puerta aún podía sentir su mirada sobre mí; maldita sea mi suerte.


Supuse que no había nada más qué hacer, así que me vestí y peiné, y tras atar mis confiables tenis estilo Converse, salí de ahí. Ahora era mi estómago era el que pedía un poco de piedad y obviamente obedecería a su deseos.

Caminé hacia la cocina haciendo caso omiso de mi acompañante, que de nuevo se había situado a sí mismo sobre el sofá. Sólo le dediqué una breve mirada y le lancé un corto saludo. - Hola -, me respondió y di gracias porque no intentó iniciar una conversación. Sin embargo, no pude evitar notar que su mirada permanecía sobre mí.

A decir verdad, no me agrada mucho que la gente me observe, en especial cuando lo hacen durante mucho tiempo. Pero con este extraño individuo no me sentía incómoda; en cambio, el sentimiento que se apoderó de mí era algo que no podía descifrar del todo, pero me parecía similar a la nostalgia.  

Nostalgia, suspiré ante la palabra. Era una de mis emociones más constantes, pero no del todo agradables. Sólo la recibía con agrado en las ocasiones que catalizaba mis flamazos inspiracionales. Fuera de eso, evitarla era algo que no me importaba en lo absoluto hacer.

Busqué en la alacena algo de pan con la idea de prepararme un emparedado, pero de nuevo las circunstancias parecían no estar a mi favor al encontrarme con el hecho de que no había pan. Cerré la alacena y me dirigí al refrigerador. Abrí la puerta y para mi desgracia, tampoco había jamón y queso. Localicé un plato con carne del día anterior y se me hizo agua a la boca. Saqué el plato y colocando un sartén sobre la estufa, prendí la flama y vertí algo de aceite esperando a que se calentara.

Me asomé de nuevo dentro del refrigerador en busca de algunos vegetales para prepararme una rápida ensalada. Encontré justo lo que necesitaba: jitomate, lechuga verde, aguacate y limón. Piqué la mitad de la lechuga y la puse en un recipiente a desinfectar, mientras seguí cortando el jitomate en pequeños cubos, procedimiento que repetí con el aguacate. Me paré frente a la estufa y cerciorándome de que el aceite ya se encontraba caliente, salé un bistec y lo puse a freír.

El olor que desprendía inundó de inmediato ambos cuartos - sala y cocina -, y pude oír gruñir a estómago audiblemente. Tranquilo, ya casi, intenté tranquilizarlo. Saqué la lechuga de su recipiente y la enjuagué una vez más, para posteriormente colocarla en un refractario donde puse el jitomate picado y el aguacate también. Corté unos cuantos limones y los exprimí sobre mi ya revuelta ensalada tras haber agregado sal sobre la verdura.

Regresé para darle la vuelta a mi carne y me quedé ahí, observádola. Durante todo el tiempo que hice esto, estuve consciente de que mi acompañante cambiaba entre mirarme a mí o a la pared. Sinceramente, me pareció un comportamiento extraño, pues era algo parecido al nerviosismo, y si alguien debía estar nerviosa, era yo.

Finalmente me decidí a mirarlo de frente y enfrentarme cara a cara se movió incómodamente. No tenía idea de qué le sucedía, y pronto me distraje cuando me di cuenta de que estaba siendo grosera. Miré el reloj de pared y leí la hora: la dos y media de la tarde. Éste era mi desayuno, pero para una persona normal ya casi era hora de comer. Así que regresando mi mirada en su dirección, le pregunté si quería comer conmigo; él sólo asintió.

Retiré la carne del sartén y la coloqué en una rejilla métalica para deshacerme del exceso de grasa, al tiempo que freía otro bistec más. Mientras tanto, saqué dos platos, cubiertos y vasos, y los coloqué en la mesa. Tomé una jarra de plástico y la llené con agua, para después abrir un sobre de polvo instántaneo que previamente había sacado de la alacena para vertir su contenido en el agua. Tomé un cucharón y moví el agua hasta que el polvo se vio diluido por completo.

Coloqué la jarra sobre la mesa y saqué unas servilletas. De nuevo me centré en la carne y una vez que estuvo lista, la retiré del sartén y la coloqué junto con el otro bistec en la rejilla. Posteriormente serví un filete de carne en cada plato y llevándolos a la mesa serví la ensalada también.

- Ya está listo -, le informé. Era poco lo que ofrecía, pero me sentía orgullosa de haberlo preparado tan rápido. Más tarde tendría que agradecerle a mi mamá por haber dejado la carne lista sólo para freír. Al no recibir respuesta, lo miré de nuevo, alzando una ceja. - Puedes venir a sentarte, si quieres -.

- Sí, gracias -, al fin una respuesta. Se levantó un tanto inseguro del sofá y se sentó en la silla que se encontraba a mi lado, pues ahí fue dónde coloqué su plato. La forma en la que hablaba me parecía familiar, aunque no del todo. Tenía un acento que no pude identificar muy bien, pero como todo, no le di mucha importancia.

- ¡Oh! - exclamé, al darme cuenta de que había olvidado algo. - ¿Quieres salsa? - le pregunté. En esos momentos yo no tenía mucho antojo del picante, pero eso no significaba que debía ser desconsiderada con mi invitado.

- No gracias, así está bien -, respondió educamente y me dedicó una mirada algo extraña. Me encogí de hombros y tomé mis cubiertos para cortar mi carne.

Pasaron algunos minutos en los que sólo se escuchó el sonido de mis cubiertos contra la carne y volviéndome ante mi compañero, noté que no había tocado su comida en absoluto. Me pregunté si no sería de su gusto y si tal vez era vegetariano; después de todo, ni siquiera sabíamos el nombre del otro y mucho menos sus preferencias gastrónomicas.

- Umm... - musité inseguramente. Aún no había tomado bocado de mi plato y mi estómago se revolvía impacientemente, pero me intrigaba la razón de mi invitado para no tocar el suyo. - ¿No te gusta la carne? - pregunté, pensando en qué haría si me contestaba que no.

- ¡Sí, si me gusta! - respondió, un tanto avergonzado. Fruncí un poco el ceño ante su actitud. Si le gustaba la carne, entonces ¿cuál era el problema?

Miré nuestros platos y noté algo. Oh. - ¿Entonces es la ensalada? - inquirí de nuevo, buscando una razón.

- ¡No! - se detuvo al darse cuenta que había alzado bastante su tono de voz. - Quiero decir, la ensalada está bien, y la carne también...

- ¿Entonces por qué no comes? - lo cuestioné una vez más.

- Es... no lo sé... yo... - comenzó a decir, pero parecía no poder formar una frase coherente.

- ¿Necesitas algún acompañamiento? Como pan, o tortilla, ¿te gustaría un taco? - le ofrecí.

- No, no es eso. Además no me gustan los tacos. - agregó al final, como un detalle informativo y yo, como la tonta que soy, me congelé en mi lugar. Me hizo recordar a una persona de la que hace mucho tiempo no sabía nada, y hasta ahora, había sido la única que conocía a la cual no le gustaban los famosos tacos.

- Ah... - dije involuntariamente, picando mi carne con mi tenedor mientras me perdía en un lugar recóndito de mi mente. Pero sentí su mirada de nuevo sobre mí, y fui capaz de salir de mi ensimismamiento. - ¿Entonces no necesitas nada?

- No, así está bien -, respondió de nuevo. Levanté una ceja escéptica y lo miré en confusión.

- ¿En serio? - pregunté.

- En serio.

- ¿Seguro? - continué.

- Seguro.

- ¿Verdad del osito bimbo? - lo presioné, esperando que me dijera de una vez porque no comía.

- ¿Ah? - dijo confundido, lo cual era normal cuando sacaba a conversación la promesa del osito -. Bueno, sí. Verdad del osito bimbo.

- ¡Ja! - apunté un dedo acusador en su dirección. - ¡El osito bimbo miente!

Me miró incrédulo. - ¿Qué?

- ¡Que el osito bimbo miente, así que eso significa que tú también! - declaré, segura de mi argumento.

- ¿Y por qué habría de mentir el oso? - preguntó intrigado.

- Porque siempre dice que su pan es de trigo cien por ciento natural y todos sabemos que eso no es cierto -, le expliqué con toda la seriedad del mundo.

De nuevo me miró con curiosidad, digiriendo mis palabras. Dentro de mi, sabía que seguramente estaba pensando si estaba loca o algo por el estilo, pero no me podía importar menos. El hecho de que el oso miente es una verdad absoluta, no hay forma alguna de discutirlo.

- Mmm...

- Mmm... - lo imité. - Bueno -, comencé ya cansada de mirar mi plato sin tocarlo, - ¿entonces qué necesitas?

- Nada -, fue su seca respuesta.

- Nada -, repetí sin creerle. - Está bien, pero después no digas que no pregunté -, le advertí, acomodándome de nuevo en mi silla y finalmente tomando un bocado de mi comida. El desayuno estaba perdido definitivamente, eso, si es que el hecho de que ya eran más de la doce era algún tipo de indicio.

Soltó una pequeña, y apenas audible carcajada y comenzó a comer también. Cuando lo escuché reír, sentí que la aparente tensión que tenía a mi alrededor se disipó un poco, y seguí comiendo felizmente.

Al cabo de media hora finalmente terminé con mi plato y volviéndome hacia mi invitado, noté con satisfacción que él también había terminado. Me levanté de mi silla e hice ademán de tomar sus trastos para llevarlos al fregadero, pero los tomó antes que yo y sacudió su cabeza en negativa. Lo miré mal intentado que captara el mensaje. Soy el anfitrión, yo debo recoger.

Pero me respondió igualmente, y entendí su mensaje. Para nada.

Dejé salir un suspiro en derrota, sabiendo que probablemente no cedería. Tomé mis propios trastos y los coloqué en el fregadero, dónde comencé a lavarlos. Él me siguió y parecía estar esperando para lavar los suyos también, pero fui más rápida que él, y tomándolos en una fracción de segundos los lavé yo. Le lancé una sonrisa entre triunfante y burlona, y no pude evitar sentirme satisfecha cuando cruzó los brazos enfadadamente.

Comencé a caminar hacia la sala, pensando en ver un poco de televisión cuando recordé que aún no había visto a mi madre en absoluto. Giré mi cuerpo para verlo nuevamente, y se detuvo en seco ante mi movimiento. - Este... - balbuceé. - Um, ¿de pura casualidad sabrás dónde están mi mamá y los demás? - le pregunté, sintiéndome estúpida por desconocer la locación de mi propia madre.

- Salieron a comer -, respondió sin más.

- ¿Y por qué no fuiste? - pregunté sin entender porqué había decidido quedarse en lugar de ir con ellos, que seguramente estarían en un lindo restaurante.

- Porque sí.

Porque sí. Solté un gruñido por lo bajo ante su respuesta. Si hay algo que me molesta mucho cuando quiero saber algo, es que me respondan, 'porque sí', a menos de que la situación lo requiera. Entonces me di cuenta de algo; esto me recordaba a alguien. Me recordaba a la misma persona en la que pensé con el asunto de los tacos y de nuevo me quedé tiesa. Respiré profundo unas cuántas veces sin notar que mis manos se habían enroscado en la forma de puños y que estaba clavando mis uñas fuertemente en mi ropa.

- ¿Estás bien? - su pregunta me sacó de mi trance.

- ¿Ah? Sí, claro -, contesté rápidamente. Ahora ya no tenía ganas de ver la televisión. En realidad no tenía ganas de hacer nada más, pero debía entretener a mi invitado, de lo contrario, no podría decirse que soy una buena anfitriona, lo cual, sería una vil mentira. Está bien, sólo lo soy cuando quiero, pero eso es punto y aparte. - ¿Qué te gustaría hacer? - le pregunté, intentando cambiar de tema.

No me respondió en el momento y levanté la mirada sólo para notar que al parecer mi pregunta lo había tomado desprevenido. - No sé, tú dime -, contestó al sentir que lo estaba mirando mientras desviaba su propia mirada en dirección contraria a mí.

- Yo tampoco sé -, contesté sinceramente. - La verdad es que no tengo ganas de nada en este momento. ¿Quieres ver televisión? - agregué, pues al menos eso ayudaría a erradicar el silencio.

- Bueno -, contestó tras meditarlo unos segundos al tiempo que yo me sentaba en uno de los sillones de la sala con él siguiéndome.

- ¿Qué quieres ver?

- No sé.

Fruncí el ceño y le dirigí la mirada. Él me la devolvió con total inocencia. Suspiré una vez más y comencé a buscar por la programación. Al final, casi chillé de emoción al ver que una de mis películas favoritas estaba por comenzar: Moulin Rouge.

Inmediatamente cambié el canal y sin importarme lo que pensara de mí, subí mis piernas al sillón y abracé mis rodillas colocando mi mentón sobre ellas en un acto puro de emoción. Durante la película no volteé a mirarlo ni una sola vez, pues estaba imersa en la trama. Pero sabía muy bien que me observaba de vez en cuando, en especial en aquellas escenas dónde no podía evitar emitir un '¡Ah!', '¡Eh!', '¡Oh!' o un, '¡No Christian, no! ¡Satine lo hizo porque te ama!' - escena en la cual abracé un cojin y hundí mi rostro en él sólo para comenzar a sollozar.

En ese momento lo escuché moverse incómodamente y me pareció que dudaba entre consolarme o no, pero no podía decirlo con certeza pues yo seguía hundida en mi cojin diciendo cosas referentes a la película que al final salían más como palabras ahogadas.

Cuando empezaron lo créditos, y finalmente mis sollozos llegaron a su fin, me ofreció un pañuelo. Lo miré hacia arriba - pues él se encontraba de pie junto a mí - y le di las gracias y tomé el pañuelo.

- Vaya, es sólo una película -, dijo mientras yo trataba de reincorporarme.

Le lancé una mirada asesina y apunté un dedo en su dirección. - ¡Pero es una historia de amor! ¡Le puede pasar a cualquiera!

- Sí, pero no es para tanto - respondió, haciendo como que no era la gran cosa.

- ¡¿Qué no es para tanto?! - lo cuestioné con enfado. - ¡Estaban enamorados! ¡Su amor era prohibido! ¡Ella debía casarse con el duque pero se enamoró de un escritor al que apenas conocía!

- Por eso digo que no es la gran cosa - intentó explicar. - Se enamoraron demasiado pronto para lo poco que se conocían.

- ¡No necesitas conocer a alguien demasiado para enamorarte de esa persona! - intenté defender mi punto. - El amor llega en el momento menos inesperado, con la persona menos pensada. Jamás se anuncia, es algo que cuando menos lo sabes, ya está ahí. Y no importa en absoluto si tienen apenas unos meses de conocerse, semanas, incluso días. A veces sólo basta una pequeña conversación para saber que esa persona será importante en tu vida.

Bajé mi cuello e inclinando mi cabeza hacia un lado, descansé mi rostro sobre el cojin que aún abrazaba fervientemente. - Incluso si hay algo que los separa... - dejé inconclusa mi explicación por unos momentos. - Como Satine y Christian, ella debía cumplir con el compromiso que tenía con el duque, y aunque decidió que se iba a quedar con Christian, tuvo que abandonarlo para salvar su vida. Y cuando al fin parecía que habían logrado obtener su libertad, ella muere.


Un pequeño sollozo escapó de nuevo de mí. - Es algo muy doloroso cuando no puedes estar con la persona que amas a pesar de saber que diste todo lo que tenías -. Terminé mi explicación y esta vez hundí mi rostro en el cojín, sin sollozar. Necesitaba calmarme, o empezaría a decir estupideces.

Pasaron algunos minutos hasta que él habló de nuevo.

- Eso ya se venía venir desde el principio, cuando muestran que estaba enferma -, pausó por un segundo y después continuó - además que es una tragedia romántica, así debía ser.

- Lo sé -. contesté un poco más calmada. - Es sólo que... su amor es inspirador. No se rindieron jamás, incluso si al final las cosas no resultaron como esperaban.

- Vaya -, dijo sin agregar más.

- Vaya, ¿qué? - lo cuestioné.

- Sólo vaya, se nota que eres alguien muy... sensible.

- Nah - contesté con mi mejor tono carente de seriedad. - Sólo soy una chillona. Lloro en todas las películas. Lo que si te puedo decir es que por lo general me identifico con algún personaje, así que supongo que tal vez eso si podrías llamarlo 'sensibilidad'.

- ¿Y con quién te identificas en esta película? - me preguntó, su propia curiosidad traicionándolo.

- Con ambos, supongo -, contesté sin más. Ya me había planteado la misma pregunta antes, así que ya conocía la respuesta. - Con Christian porque de alguna forma me sentí idetificada con su impotencia de no poder ofrecerle más que su amor, siendo que sentía que ella merecía mucho más. Además del hecho de que es el abandonado.

- ¿Te han abandonado alguna vez? - de nuevo me cuestionó, y me pareció que su voz tembló un poco al formular su interrogante.

- Sí, bueno, algo parecido. No fue realmente abandono, era algo que ya esperaba que sucediera, pero de igual forma cuando pasó, no pude evitar sentirme... - hice una pausa buscando la palabra adecuada, y aunque supuse que la más correcta sería 'destrozada' decidí cambiarla por una más leve. - Mal.

Él dejó salir una bocanada de aire que no noté hasta entonces estaba conteniendo y formuló una nueva pregunta. - ¿Y en qué te identificas con Satine?

- En que era una mujer con muchos sueños y esperanzas, y que a pesar de su profesión, cuando finalmente se enamoró fue mujer de un solo hombre - expliqué, satisfecha con mi respuesta.

- Y tú eres mujer de un solo hombre -, no era una pregunta.

- No, yo trabajo en un burdel y por eso me identifico con ella -, bromeé ahora que mi humor se había renovado. - Sabes, no es nada fácil la vida nocturna, y aunque la paga es bastante buena no lo compensa del todo; al otro día te duele, todo, repito, absolutamente todo.

- Ja, ja, qué graciosa - contestó sarcásticamente.

- Lo sé, soy la gracia andando - respondí orgullosamente.

Logré sacarle una sonrisa. - Tal vez.

- Tal vez -, concedí.

Me levanté de mi asiento y sin decir más me dirigí al baño, para lavarme la cara. Las lágrimas secas no se veían nada bien en mi rostro y no planeaba pasar el resto del día así. Cuando me estaba secando el rostro, escuché un auto estacionarse afuera. Supuse que sería mi madre que por fin estaba de vuelta.

Salí a la sala y lo encontré mirándome, otra vez. Parecía una especie hábito. Me pregunté si hacía eso con otra personas desconocidas también.

Entonces recordé que aún no sabía su nombre, pero antes de poder preguntarlo, la puerta del frente se abrió dejando entrar a mi madre, que venía en compañía de mi hermana y otras dos mujeres más a quiénes tampoco conocía. Probablemente venían con mi invitado.

- ¿Cómo se la pasaron? - preguntó mamá mientras servía tres vasos de agua.

- Um, bien -, contesté no del todo segura. Yo me la había pasado bien hasta cierto punto, pero no creí poder decir lo mismo de mi invitado. Pero pronto se disipó mi inseguridad cuando él asintió y contestó un 'bien' de igual manera.

- Qué bueno - comentó mi madre. - Oh, disculpen - se dirigió a las dos mujeres que venían con ella -, no las he presentado.

Mi madre me introdujo a la mujer mayor, que era la madre de la otra señorita y mi invitado. Uno de sus apellidos me hizo recordar - de nuevo - a esa persona, pero supuse que era mera coincidencia. Después de todo, era muy posible que alguien más tuviera el mismo apellido. La mujer me presentó a su hija, que era mayor que mi invitado. Su  nombre sí logró inquietarme esta vez, pues ya eran dos coincidencias. El apellido y el nombre.

- ¡Ah! - jadeó la mujer al ver que omitía algo. - Seguramente ya se presentaron durante nuestra ausencia, pero de cualquier forma lo haré yo -, dijo, ahora refiriéndose a su hijo.

Me coloqué frente a frente para estrechar su mano tal y como lo hice con su madre y hermana, ahora que por fin nos presentaríamos formalmente. Él se notaba algo nervioso, como si estuviera consciente de algo que yo no, pero pensé que tal vez tenía un nombre gracioso y por eso se veía tan intranquilo. Le sonreí dulcemente tratando de tranquilizarlo - con la misma sonrisa que le doy a mis sobrinos cuando lloran -, pero al parecer eso sólo empeoró su condición.

Cuando su madre pronunció su nombre, mi cuerpo se estremeció a una magnitud que jamás había sentido y mi corazón se encogió dentro de mi pecho causándome un fugaz, pero fuerte dolor durante el proceso. Comencé a temblar, aunque al parecer y afortunadamente, nadie se dio cuenta de ello.

No podía ser él. De todas las personas en el mundo, no podía ser él. No era posible.