domingo, 26 de septiembre de 2010

Una cita con la seducción.


Hoy he soñado con un beso desalentador. Después de mucho tiempo he sentido a mi cuerpo vibrar en verdad. Un beso donde el sólo recordarlo se me eriza la piel. Fui merecedora de un momento casi real en mis sueños.

Él me engaño hablando sobre cosas con seso, me indujo a querer seguir escuchando, como lo hace un gorrión con sus cantos de primavera. Yo me he dejado convencer, poco a poco me embriagaban esas palabras, he querido saber más, y no quise dejar de danzar sobre aquellos pensamientos mal sanos. Yo sólo me deje inducir a la pasión que sentía. A los cuestionamientos de mi hipnotizador, sentía la sangre fluir por cada parte de mi enfermo cuerpo. Era la mujer más enamorada del momento, la más deseosa, y también una mujer con alma de niña, ya que ansiaba saber más, la curiosidad estaba impregnada en mi piel erizada.

- Dime más, dime ¿por qué estás aquí dormido conmigo?- pregunte con brutal ansiedad.

- Porque he notado como me miras últimamente, deseaba saber lo que pensabas, con aquellos ojos de curiosidad y miedo- dice una voz fuerte, decidida y apasionada- deseaba compartir un pequeño momento de la vida contigo, quería tenerte en mis brazos y saber la razón de esa mirada tan particular.

- Te he mirado por que tus rasgos son finos, a veces imagino que vienes de otra época, por tu elegancia y porte, por tu cabello tan negro como la mente de un violador y asesino, tu piel blanca y rosada, tan sana y tersa, tanto que siempre me muero de envidia al mirarla, tus ojos verdes, pestañas largas y tupidas, aquel perfil griego, tu nariz tan recta, y tus pómulos pronunciados, tu espalda cuadrada pero delgada al mismo tiempo, tus manos fuertes, tus piernas largas… todo en ti es tan bello.

- ¿Por qué jamás te has acercado a hablarme? ¿por qué te conformas con sólo mirar?- sigue el mismo tono de voz tranquila y fuerte.

- ¿por qué? – digo casi ofendida- Tanta belleza me hace enojar, además tu porte tan presuntuoso, eres tan creído que casi muero y no por darte un beso si no por darte un buen golpe en aquella cara tan perfecta, me molesta tu presencia.

- Si tanto te molesta ¿por qué estas ahora conmigo? – lo dice a carcajada suelta- ¿por qué no sólo te marchas?

- ¿Eres idiota? Estoy aquí porque he llegado primero, de pronto he parpadeado un momento y me encuentro acostada en tu regazo, miro hacia arriba y veo tu hermoso rostro, por un lado me da gusto que este recostada si no vaya golpe que me hubiese dado… al darme cuenta de que invades mi soledad. ¿Ahora entiendes porque te odio?- Dice Regina muy molesta.

- No… francamente no te entiendo, tú me has llamado, ayer acordamos una hora, antes de dormir y tu muy contenta haz puesto hora, yo sólo he cumplido mi palabra- sigue usando el mismo tono de seriedad que tanto odia Regina.

- Tú y yo jamás hemos hablado, nunca mencione un lugar y una hora, yo pensaba que la que fantaseaba todo el día era yo, ¿sabes? Siempre te he visto como la persona más cuerda de este mundo, aunque al mismo tiempo la más solitaria. Antes de que llegaran tú y tu cómodo regazo, yo soñaba sentir como mi piel se ponía como de gallina y que descansaba…, por primera vez no estaba pensando en ti, disfrutaba de mi ya habitual soledad.

- Hemos quedado en un lugar y en una hora, tú misma me llamaste, y ¿cómo es eso de qué se te erizaba la piel? , ¿acaso tanto furor causo?- las manos de Dante empezaban a jugar con el cabello lacio de Regina, mientras la otra se encontraba en su mejilla, como un pensador griego.

Regina al notar que la mano de Dante estaba en sus cabellos, y le recorrían parte de la cabeza se empezó a tensar, la incomodidad empezaba a hacer acto de presencia, por otro lado le fascinaba, pero le causaba tanto fastidio que alguien llegara de la nada a intimidarla en un momento y en un lugar muy suyo.

El lugar predilecto de Regina se encontraba en un rincón de una casa solitaria, una casa amplia, de dos pisos y 8 habitaciones, de la cual sólo usaba una, un lugar que cumplía con la función de estudio, donde solo se podían encontrar libros a medio leer, muebles de madera y un color muy sobrio, una alfombra de colores serios, café, verde, un poco de rojo y unos cuantos motivos de formas abstractas. Encima de este reposaban almohadones de los colores preferidos de la muchacha, naranjas, blancas, verdes, azules, cafés y rojas.

En el lugar nunca había una luz encendida, lo único que alumbraba era la luna, así que era una iluminación muy cómoda, azulada- un azul muy intenso- ella podía dormir y pensar libremente, a veces sentía la soledad, que llegaba hasta el tuétano, a veces se sentía la mujer más feliz y hermosa de aquel mundo que aborrecía con todo su ser.

Las paredes blancas influenciadas por la luz de la noche, y la serenidad del lugar, le permitían a la joven poder descansar, ella disfrutaba la música de fondo y sus pensamientos acompañándola.

Lo cierto es que ella se encontraba sola por gusto propio, no encontraba una razón por la cual acercarse a la gente, sólo se conformaba con ser parte de aquel paisaje tan vago y rutinario. Y lo único que le causaba interés era la hermosa silueta de Dante y que, algún día podría llegar esa persona lo suficientemente buena para poder charlar, ella deseaba enamorarse, quería estremecerse por un contacto físico, y no por sus canciones preferidas o por el hecho de poder sentarse y escribir cualquier cosa que le viniera en mente, ella deseaba turbarse en verdad.

Dante sólo significaba una inspiración más en su vida, le reconfortaba poder mirarlo durante clases, y al mismo tiempo poder sentir la molestia que le causaba su presencia y sobre todo cuando él hablaba, con aquel tono de tranquilidad, tan firme y como siempre tan atinado. Ella llegaba a envidiarle la forma de expresarse, tan clara y tan ubicada, mientras que ni por voluntad propia lograba organizar sus ideas y poderlas expresar. Sin duda Dante significaba un gran problema y competencia en la vida de la joven.

Regina empezaba a azorarse, al sentir lentamente como las manos del muchacho empezaban a bajar por su cuello, y su voz firme y al mismo tiempo tan dulce y seductor empezaba a tararear una de sus canciones preferidas.

Stranded in this spooky town,

Stop lights are swayin
And the phone lines are down
Snow is crackling cold,
She took my heart, I think she took my soul
With the moon I run,
Far from the carnage of the firey sun

Ella podía sentir como sus mejillas se ruborizaban, al sentir las manos del joven. No sabía a dónde iba a ir todo esto, y mucho menos si quería que terminara, sólo deseaba sentir, era lo único que importaba en ese momento, quería comprender a Dante, quería amarlo sólo una noche aunque eso significara que sería el ultimo día en que podía mirarlo libremente, como todos estos meses lo había logrado.

- ¿Por qué me estás haciendo esto? , no deseo seguir aquí, te has adjudicado libremente este papel, adoro que estés aquí, pero me duela al mismo tiempo, porque sé que cuando esto termine yo seguiré añorándote cada vez más. No es justo que estés aquí. Estaba muy bien sola. – Regina empieza a gemir en silencio.

- ¿Acaso no te gusta esto? – Dante parece divertido- ¿no deseas ser amada y dejar a un lado esa soledad tan nefasta?

- No, he estado muy bien todo este tiempo hasta que decidí abrir los ojos y por desgracia lo primero que he mirado es tu odioso rostro, el día que me digne a escuchar a los demás estaba tu cautivadora. ¿Sabes cuantas noches he deseado que estés conmigo por toda la eternidad? El poder charlas contigo de lo que sea posible, el conocerte, deseaba tocar tu cuerpo, y comprenderte, pero lo único que me provocas cuando te tengo cerca es aversión. Cuando sólo estas en mis sueños… desearía no poder despertar más.

- ¿Quieres dejar de pensar y dejarte llevar? – Dante ha sujetado la cara de Regina con mucha firmeza, la mira a los ojos y acerca los labios para besarla, el beso es violento, la joven ha quedado pasmada, y lo único que es capaz de ordenar es el momento que está viviendo.

Ella ahora ha quedado prendida del cuerpo del muchacho, sus brazos son un par de rocas muy rígidas, y toda su piel ahora se encuentra carbonizada por el calor del momento. De pronto como si se acordara de los pasos a seguir cuando uno es besado, abre la boca y uno de sus ya casi adormecidos brazos toma a Dante por la cadera y le entierra las uñas, lo besa con euforia y se le va encima. Lo único que es capaz de sentir es la emoción del momento y los cálidos brazos de aquel amor de ensueño, como la protegen de sí misma, el único que es capaz de poner un alto es el joven, pero al parecer parece satisfecho con la actuación de la vivaz mujer.

Sus besos tan respetuosos, pero al mismo tiempo tan feroces, están llenos de deseo y un equilibrio mortal, parece no ser llevado por sus emociones, ya que sabe muy bien lo que hace. Una parte de él es capaz de fundirse con su acompañante pero la otra tiene muy bien plantados los pies.

De pronto aleja el cuerpo de la muchacha, la mira a los ojos, ella parece confundida y ansiosa y le da un tierno beso en la mejilla, la abraza fuertemente, y le dice unas cuantas palabras que no parecen entenderse, sólo Regina pudo sentirlas, ya que una lagrima y una sonrisa se le dibujaron en aquel rostro semi tostado. Y su cuerpo deseoso y hambriento fue apaciguado por unos golpes de energía, hasta que el vello de los brazos y cara quedaron en punta, inmediatamente aquel cuerpo joven vibro de dicha.

- ¡Regina! Es hora de despertarse, es domingo y no has sido capaz de levantar tu habitación. Levántate en este mismo instante.- Una voz enfurecida y un tanto chillante se ha escuchado en una parte vaga de la conciencia de la muchacha.

Ella abre los ojos, mira hacia la ventana y ve un cielo nublado, se incorpora de un golpe y se percata de que hace un frio insoportable se calza rápidamente y se pone los pantalones de la pijama, se dirige al baño, toca su rostro y está ardiendo.

Ve su reflejo desalineado, cierra los ojos, abre la llave del lavabo y moja rápidamente su semblante, fue la sensación más placentera de toda la noche y parte del día, pudo percibir la frescura del agua, y el bien que le hacía a su mente.

- Sólo era un sueño, un beso inexistente… ¡que impotencia caray! la única forma de obtener placer y dicha es en mis sueños – su voz es baja y un poco acongojada- de igual forma se que mañana veré de lejos a Dante… creo que a pesar de todo sí hemos tenido una cita.

Fue sólo un sueño, pero no uno de diario, ya que para la joven son esenciales los sueños, ya que así es capaz de obtener esas ganas de continuar y no caer en los usuales pensamientos de un humano. Ella desea seguir a pesar de todo, con un Dante o sin él. La felicidad de soñar es inmensa, la dicha de poder escribirla descomunal, pero que alguien sea capaz de leerlo y entender lo que ha pasado por la mente de la turbada escritora es totalmente irracional.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Una conciencia perdida en una realidad.


El mundo de Adrián es más obscuro del que cualquiera puede imaginarse. Se ha limitado a vivir en un cuarto con colores sobrios, de paredes color marrón y blanco, una amplia sala color verde y unos cuantos motivos naranjas; que por un lado refleja un poco de alegría a la habitación. Y algo a lo cual él añora todos los días cuando es incapaz de dormir es una antigua televisión. Desde inicios de su infancia el chiquillo y sus pensamientos parecieran quedar atrapados por este aparato y aquel lugar. El pequeño se ha dedicado 9 años a mirarla sin cesar. Como si ocultara algo que los demás desconocen.

No es que mirase todos los días algún programa en específico, sólo la prendía en algún canal con mala recepción donde los fantasmas estuviesen presentes con intensidad y fuera casi imposible distinguir alguna imagen. Un niño flacucho y de aspecto enfermizo, piel pálida, ojos verdes, cabello de un negro muy intenso casi azulado, labios delgados y tiernos, de estatura de unos 1.45 cm. Pero lo que más destacaba en su persona era la ausencia que transmitía.

- Creen que no puedo asimilar la realidad del mundo y que tampoco comprendo lo que es vivir en el. Lo cierto es que yo soy quien sabe que no solo existe un mundo y que espero un aliado en otro lugar. Mi puerta transportadora es el televisor de la sala, espero señales de vida.

Para muchos será la caja “idiota” pero jamás se han cuestionado que no sólo tiene una vida mecánica. En esta caja vive Bernardo un niño que al igual que yo vemos mundos diferentes.

-Soy Adrián y tengo 13 años, Bernardo tiene 9 y vive muy lejos de aquí.

-Bernardo ¿estás aquí? – pregunta sin la ilusión de una respuesta.

-Sí, pero estoy cansado, casi no puedo verte ¿Cómo te encuentras hoy Adrián? – La voz de Bernardo es casi inaudible.

-Bien, supongo. Hoy ha sido un día muy aburrido, también me siento cansado, ya no deseo asistir con René; ella cree entenderme o al menos finge hacerlo, pero en realidad ella sigue diagnosticando un extraño síndrome. Se lo ha hecho saber a mis padres como “autismo”. Los ha espantado bastante y el semblante de mi madre es enfermizo, se le cae el cabello a montones. Ya no quiero estar aquí. – Adrián usa un tono indiferente y un poco bajo.

-Por lo menos contigo saben que existes, a mi nadie me conoce, ni un suspiro se escucha en este lugar. ¿Vendrás algún día?- Bernardo contesta con angustia.

- Aún no sé cuando lo haré, pero te he dado mi palabra, no dudes de eso, a veces siento necesitar a un amigo y tampoco quiero que estés solo. ¿Cuándo podre ver tu rostro?- el niño pregunta como si se acordara que debía hacerlo- Te conozco desde que soy un bebé y jamás he visto tu rostro. Hace poco me ha surgido esa necesidad.

-Siempre lo has podido ver, pero sabes que tus ojos ahí no funcionan. Por mucho que te esfuerces estando en ese lugar, ellos jamás podrán ver más allá. Pero estoy en este lugar hablando contigo. Te pareces mucho a mí es lo único que puedo asegurar. Creo que si estuvieses en este lugar yo no existiría; tu ausencia permite que exista.

-Posiblemente tengas razón… - contesta meditabundo, tratando de ordenar sus pensamientos- Le he hablado de ti a René, mi terapeuta. Ella pareciera que no entiende mis palabras, me esfuerzo en gritar pero solo observa mis escasos movimientos, quisiera correr pero hay algo que me lo impide siempre estoy cansado y mis brazos y piernas parecen no hacer caso. Yo si entiendo a René pero ella me ve como si fuese un objeto, su mirada inquisidora se posa en mí con mucha atención. A veces creo que es sorda.

Bernardo escucha atentamente el relato del niño, no pasa nada por su mente ya que la soledad que el pequeño siente lo ha invadido hasta el tuétano, escucha solo el eco del otro muchacho resonar en el lugar obscuro y frio donde se encuentra, jamás ha tenido contacto con otra persona que no sea Adrián. A veces él mismo se cuestiona su existencia, forma una parte del otro niño a pesar de ser 4 años menor. No recuerda haber tenido a alguien cerca de él antes, tampoco recuerda cuando fue bebé, sólo sabe que cuando escucho la voz de Adrián por primera vez el empezó a existir como ahora se conoce.

-Adrián… ¿Sabes? Creo que nos parecemos en más de una cosa, a veces es como si viviese dentro de ti. – Con toda serenidad el pequeño Bernardo expresa sus pensamientos.

Adrián se ha sorprendido bastante al escuchar esto, pero inmediatamente es como si todo su sistema nervioso se apagara, y le resulta imposible expresar su sentir ante tal declaración

- ¿Me estás diciendo que no existes? ¿Qué todo es producto de mi imaginación? Eso es imposible Bernardo eres mi único amigo y quien me conoce, y los dos sabemos que hay mundos distintos, también ambos estamos solos- el niño empieza a sollozar en silencio.

- No he dicho nada de eso, simplemente es como a veces siento todo esto, yo estoy solo y jamás he visto a ninguna otra persona, mis ojos no funcionan bien, siempre estoy cansado y no recuerdo nada más antes de escuchar por primera vez tu vos.

- Dime algo – dice tristemente Adrián- ¿Cómo se llaman tus padres?

- Victoria y Javier, aunque nunca he podido ver sus rostros ni tampoco convivir con ellos, sólo escucho sus voces cuando estoy dormido. – el niño parece inquieto y un poco mareado.

Adrián empieza a querer arrancarse uno por uno los cabellos, sus manos se entiesan de tal manera que parecen garras, su mirada parece aún más perdida. En su interior se escucha a Bernardo dar un grito histérico. Las voces de los dos pequeños son tan iguales.

- Igual que los míos. – contesta Adrián con tono bajo en la cual se percibe una histeria.




*Aclaraciones, este texto fue inspirado en la fotografía que esta principiando la historia, es cortesia de una exposición de fotografá en el museo Franz Mayer en el D.F. "word press photo 2010".

La cual retrara a un pequeño niño de 13 años, llamado Adrián, quien sufre autismo. Me inspire en la soledad de este niño y quice conservar su escencia, entre ellos el nombre y la historia de su vida original.

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sábado, 13 de febrero de 2010

La Historia de un Sueño: Invitado Desconocido


Sentí la brillante luz de la mañana golpear mis párpados con gran intensidad; mi consciencia regresaba lentamente a mí. Respiré profundamente y me preparé para abrir los ojos, el sol estaba especialmente cegador el día de hoy. Aún sin abrir los ojos me pregunté que hora sería. Estiré una mano hacia la mesa de noche situada junto a mi cama y tomé torpemente mi celular. Abrí los ojos con sumo cuidado y observé la pantalla titilar frente a mí: eran cuarto para la una de la tarde. Volví a colocar mi celular en su posición original y hundiendo mi cara en la almohada dejé salir un gemido de molestia. Mi madre no estaría contenta.

Tras pensar durante unos segundos alguna excusa para justificar mi exceso de sueño, suspiré y me dispuse a levantarme, porque claro, decir 'me dormí a las diez de la noche y apenas desperté' no era una buena idea; era un hecho. Aún no sabía que fue lo que vino sobre mí cuando decidí acostarme tan temprano, ni tampoco la razón por la que no desperté antes. Tal vez mamá tenía razón: he terminado por averiar el sistema de mi propio cuerpo.

Finalmente me senté al borde de mi cama permitiéndole a mis piernas colgar libremente. Centré mi atención en escuchar algún tipo de indicio que me dijera que mi madre estaba molesta, pero al cabo de algunos minutos, ninguno se presentó. Me pareció raro, pues bien era algo constante el que me levantara tarde - en especial por mi tendencia de acostarme durante la madrugada - y los regaños de mi madre también eran algo que permanecía.

Pero no le di mucha importancia en el momento, pues mi cuerpo tenía otras necesidades. Sin embargo, antes de salir de mi habitación pensé que sería una buena idea tomar un baño; al menos así me desharía de mi somnolencia. Caminé hacia mi clóset y abriendo las puertas, tomé lo primero que encontré y lo coloqué sobre mi cama, para posteriormente con toalla en brazo, dirigirme al baño.

Al abrir la puerta esperaba que por algún favor divino, mi madre no me viera salir; el regaño podía esperar para después. Para mi fortuna, mi madre no se encontraba por ningún lugar y pude pasar libremente por el pasillo y encerrarme en el baño. Como sea, en mi pequeño viaje de escasos cuatro pasos hacia mi destino, alcancé a captar una mirada sobre mi.

En el sillón de la sala se encontraba alguien sentado; un hombre. No tenía idea de quién era ni qué hacía ahí, pero como en mi casa es costumbre que durante los fines de semana solemos tener visitas de amigos o incluso familiares a los cuales desconozco, no me inmutó en los más mínimo.

Me despojé de mi pijama y metiéndome en la bañera, abrí las llaves del agua y dejé que el agua caliente cayera sobre mí. Definitivamente había sido una buena idea; ya no tenía sueño y ahora me sentía relajada, tanto, que me di el lujo de comenzar a cantar una de mis canciones favoritas: Algo Más de La Quinta Estación.

Cuando finalmente me sentí completamente limpia y supuse que ya había pasado suficiente tiempo escondiéndome ahí, cerré el agua y me estiré para tomar mi toalla. No necesite mirarla para que mi mano fuera capaz de alcanzarla, e instántaneamente comencé a secarme. Salí de la bañera y me dispuse a vestirme, cuando noté que había olvidado llevarme mi ropa conmigo. Coloqué mis dedos índice y pulgar sobre el puente de mi nariz, y bajé mi cabeza en signo de derrota. Ahora tenía que salir ahí, únicamente envuelta en una toalla que díficilmente me cubría lo suficiente, lo cual, no me resultaba agradable en lo más mínimo.

Tomé mi ropa sucia, y armándome de valor, abrí un poco la puerta para mirar hacia afuera. Giré la cabeza hacia la derecha y la izquierda, y usé el espejo del pasillo para ampliar mi rango de visión. Tampoco había nadie en la cocina. Perfecto, pensé para mis adentros y abrí la puerta completamente. Di unos pasos hacia el frente y después giré hacia la derecha para dirigirme a mi habitación. Pero nunca nada es tan sencillo, así que por supuesto, me encontré con mi invitado desconocido.

Familia o no, el que me viera prácticamente sin ropa - pues una mísera toalla no puede ser considerada tal - me avergonzó lo suficiente como para sonrojarme y prácticamente deslizarme a mi habitación en tiempo récord. Al cerrar la puerta aún podía sentir su mirada sobre mí; maldita sea mi suerte.


Supuse que no había nada más qué hacer, así que me vestí y peiné, y tras atar mis confiables tenis estilo Converse, salí de ahí. Ahora era mi estómago era el que pedía un poco de piedad y obviamente obedecería a su deseos.

Caminé hacia la cocina haciendo caso omiso de mi acompañante, que de nuevo se había situado a sí mismo sobre el sofá. Sólo le dediqué una breve mirada y le lancé un corto saludo. - Hola -, me respondió y di gracias porque no intentó iniciar una conversación. Sin embargo, no pude evitar notar que su mirada permanecía sobre mí.

A decir verdad, no me agrada mucho que la gente me observe, en especial cuando lo hacen durante mucho tiempo. Pero con este extraño individuo no me sentía incómoda; en cambio, el sentimiento que se apoderó de mí era algo que no podía descifrar del todo, pero me parecía similar a la nostalgia.  

Nostalgia, suspiré ante la palabra. Era una de mis emociones más constantes, pero no del todo agradables. Sólo la recibía con agrado en las ocasiones que catalizaba mis flamazos inspiracionales. Fuera de eso, evitarla era algo que no me importaba en lo absoluto hacer.

Busqué en la alacena algo de pan con la idea de prepararme un emparedado, pero de nuevo las circunstancias parecían no estar a mi favor al encontrarme con el hecho de que no había pan. Cerré la alacena y me dirigí al refrigerador. Abrí la puerta y para mi desgracia, tampoco había jamón y queso. Localicé un plato con carne del día anterior y se me hizo agua a la boca. Saqué el plato y colocando un sartén sobre la estufa, prendí la flama y vertí algo de aceite esperando a que se calentara.

Me asomé de nuevo dentro del refrigerador en busca de algunos vegetales para prepararme una rápida ensalada. Encontré justo lo que necesitaba: jitomate, lechuga verde, aguacate y limón. Piqué la mitad de la lechuga y la puse en un recipiente a desinfectar, mientras seguí cortando el jitomate en pequeños cubos, procedimiento que repetí con el aguacate. Me paré frente a la estufa y cerciorándome de que el aceite ya se encontraba caliente, salé un bistec y lo puse a freír.

El olor que desprendía inundó de inmediato ambos cuartos - sala y cocina -, y pude oír gruñir a estómago audiblemente. Tranquilo, ya casi, intenté tranquilizarlo. Saqué la lechuga de su recipiente y la enjuagué una vez más, para posteriormente colocarla en un refractario donde puse el jitomate picado y el aguacate también. Corté unos cuantos limones y los exprimí sobre mi ya revuelta ensalada tras haber agregado sal sobre la verdura.

Regresé para darle la vuelta a mi carne y me quedé ahí, observádola. Durante todo el tiempo que hice esto, estuve consciente de que mi acompañante cambiaba entre mirarme a mí o a la pared. Sinceramente, me pareció un comportamiento extraño, pues era algo parecido al nerviosismo, y si alguien debía estar nerviosa, era yo.

Finalmente me decidí a mirarlo de frente y enfrentarme cara a cara se movió incómodamente. No tenía idea de qué le sucedía, y pronto me distraje cuando me di cuenta de que estaba siendo grosera. Miré el reloj de pared y leí la hora: la dos y media de la tarde. Éste era mi desayuno, pero para una persona normal ya casi era hora de comer. Así que regresando mi mirada en su dirección, le pregunté si quería comer conmigo; él sólo asintió.

Retiré la carne del sartén y la coloqué en una rejilla métalica para deshacerme del exceso de grasa, al tiempo que freía otro bistec más. Mientras tanto, saqué dos platos, cubiertos y vasos, y los coloqué en la mesa. Tomé una jarra de plástico y la llené con agua, para después abrir un sobre de polvo instántaneo que previamente había sacado de la alacena para vertir su contenido en el agua. Tomé un cucharón y moví el agua hasta que el polvo se vio diluido por completo.

Coloqué la jarra sobre la mesa y saqué unas servilletas. De nuevo me centré en la carne y una vez que estuvo lista, la retiré del sartén y la coloqué junto con el otro bistec en la rejilla. Posteriormente serví un filete de carne en cada plato y llevándolos a la mesa serví la ensalada también.

- Ya está listo -, le informé. Era poco lo que ofrecía, pero me sentía orgullosa de haberlo preparado tan rápido. Más tarde tendría que agradecerle a mi mamá por haber dejado la carne lista sólo para freír. Al no recibir respuesta, lo miré de nuevo, alzando una ceja. - Puedes venir a sentarte, si quieres -.

- Sí, gracias -, al fin una respuesta. Se levantó un tanto inseguro del sofá y se sentó en la silla que se encontraba a mi lado, pues ahí fue dónde coloqué su plato. La forma en la que hablaba me parecía familiar, aunque no del todo. Tenía un acento que no pude identificar muy bien, pero como todo, no le di mucha importancia.

- ¡Oh! - exclamé, al darme cuenta de que había olvidado algo. - ¿Quieres salsa? - le pregunté. En esos momentos yo no tenía mucho antojo del picante, pero eso no significaba que debía ser desconsiderada con mi invitado.

- No gracias, así está bien -, respondió educamente y me dedicó una mirada algo extraña. Me encogí de hombros y tomé mis cubiertos para cortar mi carne.

Pasaron algunos minutos en los que sólo se escuchó el sonido de mis cubiertos contra la carne y volviéndome ante mi compañero, noté que no había tocado su comida en absoluto. Me pregunté si no sería de su gusto y si tal vez era vegetariano; después de todo, ni siquiera sabíamos el nombre del otro y mucho menos sus preferencias gastrónomicas.

- Umm... - musité inseguramente. Aún no había tomado bocado de mi plato y mi estómago se revolvía impacientemente, pero me intrigaba la razón de mi invitado para no tocar el suyo. - ¿No te gusta la carne? - pregunté, pensando en qué haría si me contestaba que no.

- ¡Sí, si me gusta! - respondió, un tanto avergonzado. Fruncí un poco el ceño ante su actitud. Si le gustaba la carne, entonces ¿cuál era el problema?

Miré nuestros platos y noté algo. Oh. - ¿Entonces es la ensalada? - inquirí de nuevo, buscando una razón.

- ¡No! - se detuvo al darse cuenta que había alzado bastante su tono de voz. - Quiero decir, la ensalada está bien, y la carne también...

- ¿Entonces por qué no comes? - lo cuestioné una vez más.

- Es... no lo sé... yo... - comenzó a decir, pero parecía no poder formar una frase coherente.

- ¿Necesitas algún acompañamiento? Como pan, o tortilla, ¿te gustaría un taco? - le ofrecí.

- No, no es eso. Además no me gustan los tacos. - agregó al final, como un detalle informativo y yo, como la tonta que soy, me congelé en mi lugar. Me hizo recordar a una persona de la que hace mucho tiempo no sabía nada, y hasta ahora, había sido la única que conocía a la cual no le gustaban los famosos tacos.

- Ah... - dije involuntariamente, picando mi carne con mi tenedor mientras me perdía en un lugar recóndito de mi mente. Pero sentí su mirada de nuevo sobre mí, y fui capaz de salir de mi ensimismamiento. - ¿Entonces no necesitas nada?

- No, así está bien -, respondió de nuevo. Levanté una ceja escéptica y lo miré en confusión.

- ¿En serio? - pregunté.

- En serio.

- ¿Seguro? - continué.

- Seguro.

- ¿Verdad del osito bimbo? - lo presioné, esperando que me dijera de una vez porque no comía.

- ¿Ah? - dijo confundido, lo cual era normal cuando sacaba a conversación la promesa del osito -. Bueno, sí. Verdad del osito bimbo.

- ¡Ja! - apunté un dedo acusador en su dirección. - ¡El osito bimbo miente!

Me miró incrédulo. - ¿Qué?

- ¡Que el osito bimbo miente, así que eso significa que tú también! - declaré, segura de mi argumento.

- ¿Y por qué habría de mentir el oso? - preguntó intrigado.

- Porque siempre dice que su pan es de trigo cien por ciento natural y todos sabemos que eso no es cierto -, le expliqué con toda la seriedad del mundo.

De nuevo me miró con curiosidad, digiriendo mis palabras. Dentro de mi, sabía que seguramente estaba pensando si estaba loca o algo por el estilo, pero no me podía importar menos. El hecho de que el oso miente es una verdad absoluta, no hay forma alguna de discutirlo.

- Mmm...

- Mmm... - lo imité. - Bueno -, comencé ya cansada de mirar mi plato sin tocarlo, - ¿entonces qué necesitas?

- Nada -, fue su seca respuesta.

- Nada -, repetí sin creerle. - Está bien, pero después no digas que no pregunté -, le advertí, acomodándome de nuevo en mi silla y finalmente tomando un bocado de mi comida. El desayuno estaba perdido definitivamente, eso, si es que el hecho de que ya eran más de la doce era algún tipo de indicio.

Soltó una pequeña, y apenas audible carcajada y comenzó a comer también. Cuando lo escuché reír, sentí que la aparente tensión que tenía a mi alrededor se disipó un poco, y seguí comiendo felizmente.

Al cabo de media hora finalmente terminé con mi plato y volviéndome hacia mi invitado, noté con satisfacción que él también había terminado. Me levanté de mi silla e hice ademán de tomar sus trastos para llevarlos al fregadero, pero los tomó antes que yo y sacudió su cabeza en negativa. Lo miré mal intentado que captara el mensaje. Soy el anfitrión, yo debo recoger.

Pero me respondió igualmente, y entendí su mensaje. Para nada.

Dejé salir un suspiro en derrota, sabiendo que probablemente no cedería. Tomé mis propios trastos y los coloqué en el fregadero, dónde comencé a lavarlos. Él me siguió y parecía estar esperando para lavar los suyos también, pero fui más rápida que él, y tomándolos en una fracción de segundos los lavé yo. Le lancé una sonrisa entre triunfante y burlona, y no pude evitar sentirme satisfecha cuando cruzó los brazos enfadadamente.

Comencé a caminar hacia la sala, pensando en ver un poco de televisión cuando recordé que aún no había visto a mi madre en absoluto. Giré mi cuerpo para verlo nuevamente, y se detuvo en seco ante mi movimiento. - Este... - balbuceé. - Um, ¿de pura casualidad sabrás dónde están mi mamá y los demás? - le pregunté, sintiéndome estúpida por desconocer la locación de mi propia madre.

- Salieron a comer -, respondió sin más.

- ¿Y por qué no fuiste? - pregunté sin entender porqué había decidido quedarse en lugar de ir con ellos, que seguramente estarían en un lindo restaurante.

- Porque sí.

Porque sí. Solté un gruñido por lo bajo ante su respuesta. Si hay algo que me molesta mucho cuando quiero saber algo, es que me respondan, 'porque sí', a menos de que la situación lo requiera. Entonces me di cuenta de algo; esto me recordaba a alguien. Me recordaba a la misma persona en la que pensé con el asunto de los tacos y de nuevo me quedé tiesa. Respiré profundo unas cuántas veces sin notar que mis manos se habían enroscado en la forma de puños y que estaba clavando mis uñas fuertemente en mi ropa.

- ¿Estás bien? - su pregunta me sacó de mi trance.

- ¿Ah? Sí, claro -, contesté rápidamente. Ahora ya no tenía ganas de ver la televisión. En realidad no tenía ganas de hacer nada más, pero debía entretener a mi invitado, de lo contrario, no podría decirse que soy una buena anfitriona, lo cual, sería una vil mentira. Está bien, sólo lo soy cuando quiero, pero eso es punto y aparte. - ¿Qué te gustaría hacer? - le pregunté, intentando cambiar de tema.

No me respondió en el momento y levanté la mirada sólo para notar que al parecer mi pregunta lo había tomado desprevenido. - No sé, tú dime -, contestó al sentir que lo estaba mirando mientras desviaba su propia mirada en dirección contraria a mí.

- Yo tampoco sé -, contesté sinceramente. - La verdad es que no tengo ganas de nada en este momento. ¿Quieres ver televisión? - agregué, pues al menos eso ayudaría a erradicar el silencio.

- Bueno -, contestó tras meditarlo unos segundos al tiempo que yo me sentaba en uno de los sillones de la sala con él siguiéndome.

- ¿Qué quieres ver?

- No sé.

Fruncí el ceño y le dirigí la mirada. Él me la devolvió con total inocencia. Suspiré una vez más y comencé a buscar por la programación. Al final, casi chillé de emoción al ver que una de mis películas favoritas estaba por comenzar: Moulin Rouge.

Inmediatamente cambié el canal y sin importarme lo que pensara de mí, subí mis piernas al sillón y abracé mis rodillas colocando mi mentón sobre ellas en un acto puro de emoción. Durante la película no volteé a mirarlo ni una sola vez, pues estaba imersa en la trama. Pero sabía muy bien que me observaba de vez en cuando, en especial en aquellas escenas dónde no podía evitar emitir un '¡Ah!', '¡Eh!', '¡Oh!' o un, '¡No Christian, no! ¡Satine lo hizo porque te ama!' - escena en la cual abracé un cojin y hundí mi rostro en él sólo para comenzar a sollozar.

En ese momento lo escuché moverse incómodamente y me pareció que dudaba entre consolarme o no, pero no podía decirlo con certeza pues yo seguía hundida en mi cojin diciendo cosas referentes a la película que al final salían más como palabras ahogadas.

Cuando empezaron lo créditos, y finalmente mis sollozos llegaron a su fin, me ofreció un pañuelo. Lo miré hacia arriba - pues él se encontraba de pie junto a mí - y le di las gracias y tomé el pañuelo.

- Vaya, es sólo una película -, dijo mientras yo trataba de reincorporarme.

Le lancé una mirada asesina y apunté un dedo en su dirección. - ¡Pero es una historia de amor! ¡Le puede pasar a cualquiera!

- Sí, pero no es para tanto - respondió, haciendo como que no era la gran cosa.

- ¡¿Qué no es para tanto?! - lo cuestioné con enfado. - ¡Estaban enamorados! ¡Su amor era prohibido! ¡Ella debía casarse con el duque pero se enamoró de un escritor al que apenas conocía!

- Por eso digo que no es la gran cosa - intentó explicar. - Se enamoraron demasiado pronto para lo poco que se conocían.

- ¡No necesitas conocer a alguien demasiado para enamorarte de esa persona! - intenté defender mi punto. - El amor llega en el momento menos inesperado, con la persona menos pensada. Jamás se anuncia, es algo que cuando menos lo sabes, ya está ahí. Y no importa en absoluto si tienen apenas unos meses de conocerse, semanas, incluso días. A veces sólo basta una pequeña conversación para saber que esa persona será importante en tu vida.

Bajé mi cuello e inclinando mi cabeza hacia un lado, descansé mi rostro sobre el cojin que aún abrazaba fervientemente. - Incluso si hay algo que los separa... - dejé inconclusa mi explicación por unos momentos. - Como Satine y Christian, ella debía cumplir con el compromiso que tenía con el duque, y aunque decidió que se iba a quedar con Christian, tuvo que abandonarlo para salvar su vida. Y cuando al fin parecía que habían logrado obtener su libertad, ella muere.


Un pequeño sollozo escapó de nuevo de mí. - Es algo muy doloroso cuando no puedes estar con la persona que amas a pesar de saber que diste todo lo que tenías -. Terminé mi explicación y esta vez hundí mi rostro en el cojín, sin sollozar. Necesitaba calmarme, o empezaría a decir estupideces.

Pasaron algunos minutos hasta que él habló de nuevo.

- Eso ya se venía venir desde el principio, cuando muestran que estaba enferma -, pausó por un segundo y después continuó - además que es una tragedia romántica, así debía ser.

- Lo sé -. contesté un poco más calmada. - Es sólo que... su amor es inspirador. No se rindieron jamás, incluso si al final las cosas no resultaron como esperaban.

- Vaya -, dijo sin agregar más.

- Vaya, ¿qué? - lo cuestioné.

- Sólo vaya, se nota que eres alguien muy... sensible.

- Nah - contesté con mi mejor tono carente de seriedad. - Sólo soy una chillona. Lloro en todas las películas. Lo que si te puedo decir es que por lo general me identifico con algún personaje, así que supongo que tal vez eso si podrías llamarlo 'sensibilidad'.

- ¿Y con quién te identificas en esta película? - me preguntó, su propia curiosidad traicionándolo.

- Con ambos, supongo -, contesté sin más. Ya me había planteado la misma pregunta antes, así que ya conocía la respuesta. - Con Christian porque de alguna forma me sentí idetificada con su impotencia de no poder ofrecerle más que su amor, siendo que sentía que ella merecía mucho más. Además del hecho de que es el abandonado.

- ¿Te han abandonado alguna vez? - de nuevo me cuestionó, y me pareció que su voz tembló un poco al formular su interrogante.

- Sí, bueno, algo parecido. No fue realmente abandono, era algo que ya esperaba que sucediera, pero de igual forma cuando pasó, no pude evitar sentirme... - hice una pausa buscando la palabra adecuada, y aunque supuse que la más correcta sería 'destrozada' decidí cambiarla por una más leve. - Mal.

Él dejó salir una bocanada de aire que no noté hasta entonces estaba conteniendo y formuló una nueva pregunta. - ¿Y en qué te identificas con Satine?

- En que era una mujer con muchos sueños y esperanzas, y que a pesar de su profesión, cuando finalmente se enamoró fue mujer de un solo hombre - expliqué, satisfecha con mi respuesta.

- Y tú eres mujer de un solo hombre -, no era una pregunta.

- No, yo trabajo en un burdel y por eso me identifico con ella -, bromeé ahora que mi humor se había renovado. - Sabes, no es nada fácil la vida nocturna, y aunque la paga es bastante buena no lo compensa del todo; al otro día te duele, todo, repito, absolutamente todo.

- Ja, ja, qué graciosa - contestó sarcásticamente.

- Lo sé, soy la gracia andando - respondí orgullosamente.

Logré sacarle una sonrisa. - Tal vez.

- Tal vez -, concedí.

Me levanté de mi asiento y sin decir más me dirigí al baño, para lavarme la cara. Las lágrimas secas no se veían nada bien en mi rostro y no planeaba pasar el resto del día así. Cuando me estaba secando el rostro, escuché un auto estacionarse afuera. Supuse que sería mi madre que por fin estaba de vuelta.

Salí a la sala y lo encontré mirándome, otra vez. Parecía una especie hábito. Me pregunté si hacía eso con otra personas desconocidas también.

Entonces recordé que aún no sabía su nombre, pero antes de poder preguntarlo, la puerta del frente se abrió dejando entrar a mi madre, que venía en compañía de mi hermana y otras dos mujeres más a quiénes tampoco conocía. Probablemente venían con mi invitado.

- ¿Cómo se la pasaron? - preguntó mamá mientras servía tres vasos de agua.

- Um, bien -, contesté no del todo segura. Yo me la había pasado bien hasta cierto punto, pero no creí poder decir lo mismo de mi invitado. Pero pronto se disipó mi inseguridad cuando él asintió y contestó un 'bien' de igual manera.

- Qué bueno - comentó mi madre. - Oh, disculpen - se dirigió a las dos mujeres que venían con ella -, no las he presentado.

Mi madre me introdujo a la mujer mayor, que era la madre de la otra señorita y mi invitado. Uno de sus apellidos me hizo recordar - de nuevo - a esa persona, pero supuse que era mera coincidencia. Después de todo, era muy posible que alguien más tuviera el mismo apellido. La mujer me presentó a su hija, que era mayor que mi invitado. Su  nombre sí logró inquietarme esta vez, pues ya eran dos coincidencias. El apellido y el nombre.

- ¡Ah! - jadeó la mujer al ver que omitía algo. - Seguramente ya se presentaron durante nuestra ausencia, pero de cualquier forma lo haré yo -, dijo, ahora refiriéndose a su hijo.

Me coloqué frente a frente para estrechar su mano tal y como lo hice con su madre y hermana, ahora que por fin nos presentaríamos formalmente. Él se notaba algo nervioso, como si estuviera consciente de algo que yo no, pero pensé que tal vez tenía un nombre gracioso y por eso se veía tan intranquilo. Le sonreí dulcemente tratando de tranquilizarlo - con la misma sonrisa que le doy a mis sobrinos cuando lloran -, pero al parecer eso sólo empeoró su condición.

Cuando su madre pronunció su nombre, mi cuerpo se estremeció a una magnitud que jamás había sentido y mi corazón se encogió dentro de mi pecho causándome un fugaz, pero fuerte dolor durante el proceso. Comencé a temblar, aunque al parecer y afortunadamente, nadie se dio cuenta de ello.

No podía ser él. De todas las personas en el mundo, no podía ser él. No era posible.